Los lugares y las cosas

Cuando llega la ruptura, se hace patente un sopor inerme, impasible, que se encierra en uno hasta que llega la ruptura, lenta, pausada, agónica. Salir de ello implica otra forma de conocerse, es pasar a otro estado en donde los lugares y las cosas adquieren otro sentido, uno más completo y rodeado de un aura que aleja de si todo sentimentalismo y/o sentido de pertenencia, y sin embargo, uno se hace parte de los lugares y las cosas.
Fue en casa de mis padres cuando este sentimiento fue mío por vez primera. Una pare de las fotos que se muestran en los videos “Llueve” y “Comenzar” fueron parte de esa catarsis. Había desintoxicado esa parte familiar y casi impersonal que significaba la casa paterna lo cual me hizo un poco más sencillo, años más tarde, dejarla del todo. El valor de esta casa en mi había perdido toda cualidad signica para convertirse en una casa, hecho que, de alguna forma, me lanzó a las calles.
Al recorrer esta ciudad, me fui situando en las calles como una peatón sin rumbo que al andar absorbía parte de la esencia de cada calle, cada avenida, cada salida, en si. Cada viaje era distinto y lleno de su propia luz. Y yo, al ser observador cabal de esto, comencé a fotografiar para mi todo eso, ese deambular, esa calle tan triste, ese edificio. Pronto comencé a digerir los sitios, a registrarlos en mis manos y en mi rostro; mi sexo se encontraba repentinamente invadido de las energías de ciertos lugares lo cual me obligaba a andar a mitad de la calle ostentando una erección que nadie más que mi educación parecía percibir, me estaba volviendo parte de esas calles, me disolvía en la ciudad.
Este proceso lleva, en muchas de las ocasiones, a un cierto mimetismo de uno para con los lugares. En muchas de las ocasiones, esto se confunde con síntomas de depresión, que lo son, pero esta depresión, bien llevada, deviene en una descompresión iluminad, a un situarse por encima de los sentimentalismos; uno ya no pertenece, es, y al ser, se subleva a los signos, se sale del sopor, se supera la ruptura y uno esta completo de nuevo. El vacío es sustituido por una nueva escala de valores en donde los sitios son importantes, pero sometidos al valor de la memoria.
De ahí surge Neurociudad. Una parte de ese deambular, de esa intoxicación signica y neurológica cotidiana al que nos vamos sometiendo conforme se crece, llegando a veces a un grado tal de dependencia que nos sentimos fuera de sitio dentro del ineludible transcurso de los días.

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