A todos nos gustan las historias. En
ellas buscamos un breve receso, paisajes que nos ayuden a olvidar un poco la
rutina, breves momentos de diversión, y con un poco de suerte, podemos hallar algunos
rastros que nos conduzcan a nosotros mismos.
Desde nuestro parecer, las mejores
historias tienen eso: un algo con el que nos identificamos, que nos habla
derecho y nos dice cosas de nuestra vida en ese momento. Por eso no siempre
concordamos cuando compartimos con otros aquellas historias que nos
conmovieron, pues ese encuentro entre espectador y la historia es completamente
circunstancial a cada uno de nosotros. Podemos caminar las mismas calles, a la
misma hora, y mientras unos ven un mar de gente a la que hay que esquivar para
salir de la maloliente calle llegar a destino, otros vemos un mar de rostros
donde buscamos algo que alguna vez tuvimos o aquello con lo que fantaseamos.
Así de distintas son las percepciones
ante los mismos elementos de una historia, tan mutable que incluso esa
percepción cambia conforme el tiempo sucede, mientras cambiamos. Brecha
generacional, le dicen, y algo de cierto hay en ello; por eso, aventurarnos al
irresoluble conflicto de señalar algunas historias y clasificarlas como mejores
que otras son puras ganas de revolcar a la gata: no hay salida, ni solución, o
acuerdo. Así entonces, encontramos más nutrido y rico indagar un poco en la
manera en la que se cuentan las historias y sus particulares conflictos que
divagar en clasificaciones totalmente subjetivas.
¿Qué es más importante al momento de
contar una historia? Dejar en claro el conflicto, por supuesto. Mostrar al
espectador ese choque de fuerzas y la manera en que afecta a sus protagonistas.
De estos choques, hay dos que llamaron nuestra atención en estos últimos días,
y además, de películas totalmente dispares: La última entrega de Los
Vengadores* de los hermanos Russo, y Sueño en otro idioma* de Ernesto
Contreras. En esos momentos que queremos señalar, los protagonistas se
encuentran a mitad de conflicto consigo mismo, están decidiendo dar un paso del
que ya no podrán regresar, y quizá se arrepientan, pero darlo es la única forma
de conseguir aquello que desean: Por un lado, Thanos está a punto de conseguir
otra gema del infinito, necesaria para completar su plan de acabar con la mitad
de la vida del universo en aras de traer cierto equilibrio al mismo, pero para
poder obtenerla debe sacrificar aquello que ama, que es Gamora, su hija
adoptiva. Ella, consciente del plan del titán enloquecido, se burla de él pues
piensa que es incapaz de amar. Thanos voltea a mirarla, y hay lágrimas en sus
ojos. Gamora parece fastidiada al ver llorar a su padre, pero cuando comprende
que es ella el motivo del llanto, su fastidio se convierte en alarma, pero ya
es tarde. Thanos convierte en burbujas el arma con la que Gamora trata de
quitarse la vida, la toma del brazo, y la lanza al vacío. Un destello, y
después una escena un tanto surrealista donde Thanos obtiene al fin el objeto
que estaba buscando.
Del otro lado, Martín y Lluvia, jóvenes
amantes, llevan a los viejos Evaristo e Isauro a un paseo por la playa, lugar
donde los viejos amigos se pelearon hacia cincuenta años, y desde entonces, no
habían hablado hasta hace muy poco. Llegan en una vieja camioneta, los jóvenes
bajan primero del vehículo, y pronto salen de cuadro. Atrás quedan los viejos,
descienden de lados contrarios de la camioneta, pero permanecen ahí, de pie,
sin hablar, sin mirarse, y sin atreverse a dar un paso adelante. Al fondo está
el mar. Infinito, insondable. Sus olas fluyen en sentido contrario a donde
miran los ancianos. Pareciera que ambos intuyen que, de alguna forma, caminar
sobre esa playa los llevará a tocar el tema de aquella pelea, y no quieren,
pues no saben de qué forma reaccionara el otro, o no quieren confrontar la
reacción del otro.
Si, ambos momentos son tan distintos
como las historias de donde salieron. Ambos nos muestran ese conflicto, esa
decisión que cambiará a los protagonistas, y a uno como espectador. Nos
preguntamos: ¿cómo nos hubiese afectado aquella escena del asesinato si el
titán no da un discurso antes de tomar a Gamora del brazo y arrojarla al vacío?
¿Qué tal si, en lugar de usar el gastado cliché de la toma en cámara lenta
-largo grito sordo incluido- los directores decidieran cortar la toma en cuanto
Thanos toma a Gamora del brazo. ¿Qué tal si en lugar de explicarnos los motivos
del villano, nos dejaran intuirlos? Parece una exquisitez de nuestra parte, un
capricho ocioso. La escena funciona y con eso basta. Cierto, la escena funciona,
pero hagan el ejercicio. Esos silencios de los que hablamos no son una
nimiedad, la escena hubiese sido otra y otro su impacto.
Y es que a veces, los silencios son
más elocuentes que la interminable verborrea. A veces, aquello que no vemos nos
intriga más que la pista que nos machacan hasta la náusea. Al exponerlo así, no
queremos decir que una película sea mejor que otra. Son distintas, buscan otros
ojos, otros ecos. Simplemente señalamos eso que nos llama la atención: la forma
en la que se cuenta el cuento.
A veces, cuando confrontamos estas reflexiones
con nuestros primeros trabajos, entramos en conflicto: ¿qué tan distinto
hubiese sido el camino de haber sabido esto de los silencios, de las cosas que
no se muestran? Mera curiosidad, haber descubierto estas cosas, de esta forma,
ha sido muy divertido. ¿Qué opinión tendrían aquellos muchachos de todas estas
líneas? Nos encantaría saberlo, y charlar con ellos. Seguro que tienen mucho
que enseñar a los adultos que somos hoy.
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